jueves, 1 de marzo de 2012

miércoles, 28 de julio de 2010

Eternidad

Me encantaba su olor por la mañana, ver la luz que a través de la ventana caía sobre su cara y el beso que siempre me daba después de despertarse. No éramos una pareja convencional, él tenía 52 años y yo 26, pero nos gustamos desde la primera vez que nos vimos y decidimos vivir juntos a los 2 meses de conocernos. Al principio los dos éramos muy felices y nos queríamos mucho, pero los problemas empezaron cuando el propuso que nos casáramos. Yo no necesitaba que un papel me dijese que él era el hombre de mi vida y con el que quería vivir para siempre. Él no se lo tomó bien y los siguientes días fueron una discusión continua. Que si ya no le quería, que si ya tendría a otro hombre y un largo etcétera de tonterías sin sentido.

Hasta que un día, cansado de que me maltratara de aquella manera, se lo conté a mi mejor y única amiga. A la conclusión que llego ahora es que me siguió hasta donde yo había quedado con ella, ya que tomó la decisión más equivocada de su vida: matarme. Cuando entré por la puerta de casa dispuesto a hablar con él para que entrara en razón como me había dicho mi amiga, me llamó desde el salón. Su cara estaba desfigurada, como si no hubiera dormido en días. Me dijo que me sentara a su lado. Accedí y empezó a hacerme preguntas como que quien era esa con la que había quedado, que si era mi novia, que me había vuelto hetero… hasta que yo me cansé y me fui a la habitación. Él me siguió por el pasillo y noté como algo frio y punzante se me clavaba varias veces en la espalda. No me pude defender. Mi sangre se esparcía por la alfombra y yo estaba a punto de perder el conocimiento. Lo último que vi fue a mi vecina cogiéndome de la mano y diciéndome que no me durmiera, que todo iba salir bien. Yo sabía que todo se había acabado.

Y ahora aquí estoy, encerrado para toda la eternidad en una caja de pino por culpa de un malentendido y de la paranoia causada por los celos. No sé que ha sido del hombre al que más quise en el mundo ni lo sabré jamás.

Lo único que me fastidia es que mis palabras no las puedan oír fuera de aquí para que la gente se conciencie de que hay que acabar con el maltrato en las parejas.

martes, 6 de abril de 2010

La importancia de los xestos

Prestaríame qu'aquel xestu qu'aconteciera nun segundu durare infinitamente. Onde naide viera nada, sólo daqué insignificante, yo sintí dalgo más, como un respigu prestosu.
Al xuntase les nuestres manes y cruciase les nuestres miraes, una gran paz interior invadió'l mio cuerpu y la mio mente. El tocar suave de la so mano casi aterciopelada y la so sonrisa dulce, fíciéronme escaecer per un momentu tolo que m'acaeciera aquella mañana tan mala. De la so boca, tan nagüada por mí dende'l día que mos conociéramos, salió la so voz diciéndome les pallabres que sabía que yo esperaba.
El so cuerpo y la so mente facíenseme imposibles d'algamar entós, pero al dir pasando les selmanes, les nuestres conversaciones diben siendo cada vegada más frecuentes y profundes y la so mirada cada vegada guardaba más deseu.
Agora tou camudaba. Él yá nun tenía naide nin nada que lu amarrara. Sentíase perorguyosu de lo que yera.

domingo, 21 de marzo de 2010

Decisiones enquivocaes

Llegué antes de qu'él apaiciera. Al entrar pela puerta sintí una brisa na nuca, y tuvi un presentimientu de que dalguna cosa mala me diba a pasar. Y nun m'enquivocaba.
Al pocu tiempu oyí como s'abría la puerta y como los sos pasos s'allegaben a mí. Sentóse enfrente miu y quedóse mirándome a los güeyos. Yo nun quería qu'aquello acaeciera, pero nun había marcha atrás. Cuando me contó la so decisión, un halu de tristeza y desesperación apaició alredor miu y fue destruyendo tolos resquicios d'ilusión que la mi mente tenía. Un nudu nel gorgüelu nun me dexaba casi nin respirar y unes llárimes entameren a arrollar pela mio cara hasta caer tráxicamente en suelu.
Col pocu resuellu que me quedaba nesi momentu, entrugé-y que porqué lo facía. Nun supo dame una respuesta que me convenciera. Él intentó secame les llárimes, pero yá yera tardi. El dañu yá taba fechu.